Con una continuidad casi lógica, las pinturas de PASTEL se abrazan a los muros con naturalidad precisa. Aunque puedan parecen polos opuestos de la sensibilidad, supo conjugar su formación como arquitecto con una de las más delicadas obras de la naturaleza, la flora. Pastel es un curioso lector del hábitat en el que va a pintar, y así logra que sus obras dialoguen entre la adaptación al entorno y la sorpresa del nacer natural. Las obras de Francisco no son solo flores y por eso le hicimos esta nota. Descubrí su universo en cinco preguntas.
Hoy te conocemos por tus murales, pero tu formación es en arquitectura. ¿Podés pensar ambas disciplinas por separado?
Como no contaba con un bagaje académico vinculado al arte, pensé mis murales como una manera de hacer arquitectura derivada en una reacción social. La grilla urbana determina cómo vivimos, y eso desemboca en una necesidad natural de reaccionar para alterar nuestro inconsciente colectivo y la información que recibimos. De esa manera el mural se transforma en un actor social y un gesto para optimizar la ciudad. A través de ciertas estrategias, la arquitectura busca generar un hábitat de pertenencia para el hombre. El mural, como obra en espacio público, tiene otro método pero necesita crear desde las mismas intenciones. Mi derrotero hizo que ambas disciplinas fueran inseparables.
Desde la mirada del arquitecto, ¿cómo leés las paredes sobre las que vas a trabajar?
Mis lecturas las hago sobre la pared y sobre su entorno. La pintura se ve determinada por la información que te rodea y cómo la traducís. Y esta es una de las principales diferencias – y virtudes – del mural con respecto a la tela o trabajos de estudio. Hay una base de datos que se encuentra permanentemente activa y lo que hace interesante al mural es el diálogo con ella. Internamente, hago una analogía: pienso el espacio a trabajar como una comida y a la pintura como la sal. Si le ponés muy poca, queda insulsa; pero si salás demasiado no sirve. Es una ecuación que pone en juego el desafío de dar con la cantidad justa.
La flora es tu marca registrada. ¿Qué buscás mostrar a través de ella?
La flora que uso de referencia es la que crece en las grietas de las veredas y fachadas. Esas grietas que son resultado de una mala construcción, son como reflejo de la necesidad humana de controlar y someter todo el espacio a un uso racional y autárquico. Yo tomo esas pequeñas plantas y las glorifico cambiando su escala. De alguna manera siento que hago una mirada crítica sobre los métodos de evolución que tenemos hoy como sociedad.
¿De qué hablan las flores de tu “Calamansi and Sampaguita”?
Es una obra basada en antiguas tradiciones locales de Filipinas. Desde 1565, es invadida por diversos países y es como si estuviera constantemente en transición política y social. Siempre está luchando por preservar su espíritu de pertenencia con la tierra. Calamansi es una planta utilizada durante los funerales como un medio de purificación del cuerpo, y la sampaguita – su flor nacional- representaba la humildad y reverencia. En la actualidad, es la flor que los niños salen a vender en la calle para sobrevivir.
¿Qué diálogo buscás entre el entorno de un barrio y tu obra?
Creo que la búsqueda principal – y más compleja – es que ese diálogo resulte natural y con mucho respeto por el entorno. Una vez que se encuentran elementos del hábitat que van a alimentar tu pintura, la obra logra tener se esencia. Creo que proyectar una obra de antemano sin conocer el espacio físico y real, es un error bastante egoísta.
#ArtistasRecomendados: El arte público tiene acepciones: graffiti, street art, etc. Son períodos que derivaron en diferentes formas de trabajar. Hoy, artistas como Filippo Minelli, Brad Downey, Spy y Eltono me parecen que son buenas guías sobre cómo replantear la función del arte en el espacio público.