El mono en el remolino // Selva almada
Aquellas personas que tuvieron la suerte de ver Zama en el cine, la última película de Lucrecia Martel estrenada en 2017, comprenderán lo monumental de la obra y el minucioso proceso de realización/construcción que se oculta tras ella; o mejor dicho, del que ella da cuenta. El mono en el remolino devela cuestiones claves que, precisamente, no pertenecen al campo de la técnica cinematográfica en su totalidad. Pero estos elementos sí son parte de una estética del cine y, sobre todo, del hacer de Martel.
Selva Almada, como una puntillosa montajista, selecciona entre millones de imágenes los fotogramas más significativos de la experiencia del rodaje; la envidiable precisión de mostrar lo necesario, ni de más ni de menos. A partir de una descripción fiel y cercana a las voces y cuerpos de lxs protagonistas, la escritora muestra una serie de postales en movimiento en donde la contradicción y la oposición de dos mundos se hace notar. Por un lado, la gente “de cine” que trabaja en la obra; por el otro, la gente de Formosa (la mayoría parte de la comunidad qom) que trabaja en la película pero que probablemente sea su única-y-última experiencia en la industria cinematográfica.
Allí se presentan diferentes escenarios y momentos anecdóticos, como la charla entre un integrante del equipo técnico y un qom, en el que el primero le habla acerca del cultivo en huertas y sustentabilidad ecológica, desconociendo por completo que los qom son históricamente pescadores y recolectores.
El libro tampoco deja escapar novedosos contrastes -al menos para los ajenos- de esta comunidad originaria. Por ejemplo, el avance de la religión evangelista como fuente de espiritualidad. Para ello, la autora describe un mágico crossover entre pastores, aborígenes y el camping “Hugo Moyano” del Sindicato de Camioneros.
Pero por sobre todo, Selva Almada se encarga de resaltar lo artesanal y meticuloso de hacer una película. Desde sortear piquetes por caminos vecinales meses antes de prender una cámara, hasta volver a filmar una escena porque salió “demasiado prolija” o se escuchó el sonido de la Zanella con escape recortado que pasaba a tres calles de la locación.
La escritora describe a Lucrecia Martel como “una exploradora del Siglo XIX o un ave rara del Siglo XXI”, tal vez sea por su preciada forma de observar lo que la rodea y por la extrañeza y admiración de quienes trabajan junto a ella. Después de esta lectura, se puede saber que la directora también en los rodajes, como en sus películas, expone las contradicciones de ese mundo “único y verdadero” de clase media. En este caso en la ficción, una que vive en el año 1700 y aunque parezca muy lejana, Martel nos dice en cada plano, en cada movimiento de cámara y sonido: poco el mundo ha cambiado.
Por Martín Guazzaroni
El mono en el remolino – Selva Almada – Literatura Random House – 2017
Nota originalmente publicada por MUNDO CON LIBROS.