A un lado, Monalisa.

París celebró la vuelta a la vida de uno de sus edificios más emblemáticos. Hotel particular de Caterina de Medici primero, sede de intercambio y almacenamiento para trigo después y finalmente consagrado como Bolsa de Comercio de París en 1889, cada capítulo de la historia moderna francesa ha dejado marca en la estructura redonda que hoy se encuentra en pie. Tras un largo período de restauración de casi tres años y una apertura postergada a causa de Covid, este simbólico monumento hoy toma una nueva identidad, la de anidar una de las colecciones de arte contemporáneo más cautivantes y valiosas del mundo.

Se trata ni más ni menos de la colección privada de François Pinault, dueño y fundador del grupo de marcas de lujo Kering (Gucci, Balenciaga y Saint Laurent). Con más de 10.000 obras, 400 artistas de distintas nacionalidades y al menos 25 años de colección, el apasionado magnate abre las puertas al mundo a una imponente colección que contiene pinturas, esculturas, vídeos, fotografías, instalaciones y hasta performances de diversos tipos. Un conjunto de obras que presentan su propia visión del arte moderno y que revela las tendencias emergentes de diferentes épocas.

La difícil misión de reconvertir este emblema histórico del Siglo XVIII en un templo de arte del Siglo XXI, estuvo a cargo del arquitecto japonés Tadao Ando, a la cabeza también de otros dos proyectos de restauración para Pinault en Venecia (Palazzo Grassi y Punta della Dogana). Reconocido por sus líneas radicales, volúmenes geométricos simples y uso casi sistemático del cemento listo en todas sus obras, el talentoso artista genera las condiciones para establecer un diálogo entre estructura y tiempo, arquitectura y contexto. Revive edificios haciendo honor a las memorias que residen en sus paredes, e inscribe en ellos una nueva estructura en su interior, asegurando que patrimonio y modernidad, pasado y presente, conversen en un mismo espacio.

Con 10 espacios de exhibición, un auditorio, un estudio de sonido y un ambiente de meditación, el edificio promete ser una obra de arte en sí misma. Se mantuvo la tradicional fachada y se restauraron hasta los mínimos detalles para devolverles su antigua gloria. Se resaltaron los frescos, la cúpula de metal y vidrio del siglo XIX y se crearon pequeñas galerías anexas cuya idea es complementar el Hall central. Lo más imponente, quizás, sea el cilindro de cemento de 29 metros de ancho y 9 metros de alto que se insertó, de manera respetuosa, en el corazón de la Rotonda, bajo la premisa de inyectar nueva vida a la antigua estructura a partir del diseño contemporáneo. Una contribución arquitectónica que tuvo por fin realzar y transformar la belleza del histórico monumento.

La Colección Pinault, sin duda, será un complemento significativo a la ya rica escena cultural parisina. En medio de la poblada y ruidosa ciudad, servirá como medio de escape para conocedores y mentes curiosas que quieran disfrutar de una selección cultural diferente, en una meca de arte tanto minimalista como majestuosa, que trascenderá por su diseño a la vez fascinante e innovador.

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