Este sábado pasó el Alleycat de Buenos Aires organizado por 48quince. Y digo pasó, porque recorrió toda la ciudad, encarnado en 160 ciclistas librados a la supervivencia en el entramado urbano. Un mapa, 9 checkpoints. Todo valió. Múltiples opciones en pocos segundos, y ninguna era frenar. La 9 de Julio de repente nos quedaba chica, y las avenidas no tenían mano, nosotros decidimos para que lado iba. Las calles nunca la tuvieron. -¡Guarda!¡Voy! Y de respuesta: “La puta que te parió, andate…! y ya no se escuchaba más, estábamos lejos. A veces había tiempo para un -¡Perdón! Y sino, ya pasó. Uno suponía que se estaban acordando de su madre. Ahora es una sonrisa pícara, por la inocencia del mínimo acto de rebeldía. Listo para el siguiente cruce de calle, la secuencia se repetía. La puteada cambiaba, pero la sonrisa volvía. Aparecía una avenida, estábamos confiados de que era la correcta y era el momento de acelerar.
40 kilómetros para convertirse en invencibles. Un solo objetivo: el siguiente checkpoint. Encontrás a un par, perdés a muchos, estás solo, seguís a uno y te das vuelta y te siguen a vos. Todo un pelotón sigue a al mismo, y ese uno piensa que sigue al pelotón. – “Flaco, estas perdido?” Claramente se responde que no. Cuesta admitir que estás perdido, si esta es mi ciudad y la ruedo todos los días. -“Ah porque te venimos siguiendo a vos eh”. Estoy perdido. Un tachero con la ventana baja: “Maestro, donde queda Warnes?” Tira tres instrucciones, miro para adelante y el semáforo en rojo. El tachero empieza a frenar, y nosotros aceleramos. Los primeros segundos después de la luz roja son clave, todavía se puede pasar confiado. El primero pasa tranquilo, el segundo se le pega, y ya se escucha el bocinazo del que tiene el semáforo en verde, y ve que viene un tercero. Pero todavía falta que pasen 10 más. Mala suerte amigo, hoy los colores del semáforo no significan lo de siempre; bancala.
Una tarde para aumentar la adrenalina, y festejar la manija. Si, la manija. Es lo que llevó a tanta locura de gente a subirse a sus dos ruedas de todos los días, pero exigirlas como nunca. Una vez cada tanto, ponemos a prueba nuestras habilidades en contra -y junto con- tanta otra gente que comparte la misma adicción a los pedales. Es un estímulo al ego, para comprobar que uno está vivo. Y está vivo porque hay un riesgo, y con cada pedaleada le estamos ganando al azar (Capaz la mina no frenaba, o el pibe decidía seguir caminando, o la vieja no escuchaba nuestros gritos). Igualmente, a mi me gusta pensar que es por nuestra destreza. Este no era el momento de que nos accidentemos. Entonces, sin duda estamos vivos. Y este Alleycat sirvió para eso, para comprobar que estamos vivos.
Fotos de: CAPA y Friedlander. Video cortesía de @Javi Alar