El 11 de marzo de 2021 algo cambió en el mundo del arte. Michael Winklemann, que vive en una zona suburbial de Carolina del Norte (EE. UU.) con su mujer y sus dos hijos, se convirtió en el tercer artista vivo más cotizado del mundo, solo por detrás de David Hockney y Jeff Koons. Este diseñador gráfico de 39 años realiza obras de arte digital por las que, hasta ese momento, como mucho había recibido alrededor de $100 por una versión impresa. Sin embargo, todo cambió cuando Beeple, que es su nombre artístico, decidió poner a la venta una de sus obras con ligándola a un NFT (Non-Fungible Token) o token no fungible. El collage digital titulado “Everydays’: The First 5000 Days” se subastó en Christie’s por valor de 69.3 millones de dólares.
La obra era un compendio de las imágenes que Beeple había ido publicando online cada día desde 2007. En principio, no parece nada del otro mundo. Pero, entonces, ¿qué tiene esta obra de especial? La respuesta es simple, son solamente tres letras: N-F-T.
Non-Fungible Tokens: autenticidad y exclusividad garantizadas.
Para entender qué tienen de peculiar los NFTs, primero es necesario tener claro qué es la tecnología blockchain. Podríamos decir, intentando dar una explicación simple, que el blockchain es como un libro de contabilidad gigante en el que todo queda registrado. Esta “cadena de bloques” reúne todas las operaciones que se realizan en una transacción o intercambio de información digital. Esta información es pública, de manera que todo el mundo puede saber quién ha hecho qué o de dónde procede cada cosa. Los procesos son totalmente abiertos y transparentes.
Este es el tipo de tecnología que utilizan los tokens no fungibles, es decir, tokens inmateriales que no se pueden gastar o consumir, no se acaban nunca. Un NFT no es más que un simple enlace en el que se registra información, solo que gracias al blockchain tenemos la garantía de que esa información es auténtica, ni está manipulada, ni se puede manipular (sin que todos lo sepan).
Los NFTs tienen determinadas características como el hecho de que son de propiedad exclusiva (no compras una licencia o permiso de uso, sino que es exclusivamente tuyo), se pueden verificar, son elementos únicos, indestructibles e indivisibles, e incluso están empezando a generar su propio lenguaje.
Se escuchan términos como ‘airdrop’, que no es más que regalar NFTs gratis. Pese a que se dé en un nuevo contexto, esta estrategia de marketing es también común en otros sectores, con, por ejemplo, las ofertas de los intentos gratuitos en las tragamonedas de los casinos online o los periodos de prueba de los proveedores de servicios de transmisión de música. Acá simplemente se utiliza la expresión “caídos del aire” para referirse a los NFTs, del mismo modo que, en lugar de decir que se crea o se acuña un NFT, se utiliza un nuevo verbo: ‘mintear’ que tiene su origen en la palabra inglesa mint, la cual significa acuñar (por ejemplo, una moneda) y también inventar algo, producirlo por primera vez.
Cripto-arte: ¿revolución o burbuja?
La genialidad de Beeple fue asignar a su obra un certificado NFT. Este contrato otorgaba a quien fuera su propietario dos cualidades mucho más apreciadas en el mundo del arte que la calidad estética o creativa: autenticidad y exclusividad. Dos palabras mágicas, al menos en el coleccionismo de arte.
El NFT se convierte en un bien inmaterial por el valor que se le da. Y esa es precisamente la esencia del mercado del arte: el arte tiene el valor que se le da. La auténtica revolución está en que esta tecnología cambia el criterio de valor y, en consecuencia, a aquellos que otorgan el valor.
Para unos, los NFTs suponen pureza y transparencia, y ven en ellos un escudo contra la especulación y el poder de los tasadores de arte; en cierto modo, es la democratización del arte. Para otros, principalmente los intermediarios cuyo trabajo consiste en decidir cuánto vale el arte y a los que estos contratos digitales “anulan”, estos certificados no son más que una invención superflua y fútil.
La obra de Beeple alcanzó tanto valor por ese afán que existe en el mercado del arte de no querer quedarse fuera, esa sensación de the next big thing que corrió como la pólvora. El collage digital que había salido a subasta por $100, en diez minutos pasó a costar un millón; en cuestión de días, la web de Christie’s se colapsaba con una audiencia de 22 millones de personas y ofertas provenientes de once países distintos.
Si realmente los NFTs son una herramienta para que los artistas puedan dar valor a su propio arte o si acaban siendo engullidos por las grandes casas de tasación, solo el tiempo lo dirá. Por el momento, ya estamos viendo múltiples acciones relacionadas con el cripto-arte. Arte digital que aprovecha tecnologías como el blockchain para reivindicarse tan válido como el tradicional. En Latinoamérica, hay varios ejemplos: muestras de obras virtuales como XReal o galerías como MALa, el “primer museo de cripto-arte latino”, por poner algunos. El futuro es ahora.