Lo mejor de la obra narrativa de Raúl Damonte, alias Copi, dibujante, dramaturgo y autor extraordinario, inclasificable, heterodoxo, personalísimo y genial.
Esta edición reúne lo mejor de la obra narrativa de Raúl Damonte, alias Copi, dibujante, dramaturgo y autor extraordinario, inclasificable, heterodoxo, personalísimo y, a nuestro juicio, genial. Precedido por dos incisivos textos de María Moreno y Patricio Pron, el volumen se compone de cinco novelas, una nota autobiográfica y un libro de cuentos.
El uruguayo (1972) es la novela más surrealista y a la vez la más emotiva de todo lo que escribió Copi sobre el exilio rioplatense en Francia.
En La vida es un tango (1979), Silvano Urrutia deja su pueblo natal para trabajar como periodista en Buenos Aires, se exilia después en París y, ya casi centenario, vuelve a Argentina.
En La Internacional Argentina (1988), el millonario Nicanor Sigampa urde, desde la capital francesa, una intriga para convertir al poeta indigente Darío Copi en presidente de la República.
Río de la Plata es un sucinto y brillante texto autobiográfico que, sin dejar de lado la carcajada gozosa, ilumina con inteligencia el peronismo y las dictaduras militares.
En El baile de las locas, que César Aira calificó como «la obra maestra de Copi», el narrador es invitado por su editor a escribir una novela sobre los homosexuales para compensarlo por todo el dinero que le ha adelantado, pero el autor rechaza la idea, y así arranca una historia vertiginosa de crímenes y sexo.
Las viejas travestís compila siete relatos que estallan como granadas, siete fábulas de suntuosa ignominia, de fúnebre hilaridad.
Por último, Virginia Woolf ataca denuevo comienza en un bar de Pigalle donde Copi encuentra a su editor, quien le exige el relato con el que debe concluir su libro y salvar así la editorial, y le dice: «Tú eres mi Virginia Woolf».
«Los libros de César Aira, Alan Pauls, Fogwill y otros autores serían inconcebibles sin la obra de Copi y su irrupción» (Patricio Pron).
«Debemos a la transfusión de sangre adulterada, maldita, de Copi y sus monstruos, la nueva fundación del gótico rioplatense, con sus perversiones áulicas, sus dibujitos, los rastros de su risa genial en la oscuridad» (Pola Oloixarac).
Empieza a leer ‘Copi’
El uruguayo
Al Uruguay, país donde pasé los años capitales
de mi vida, el humilde homenaje de este libro
escrito en francés pero pensado en uruguayo
A Roberto Plate
Querido Maestro: Sin duda le sorprenderá recibir noticias mías desde una ciudad tan lejana como Montevideo. La razón por la que me encuentro aquí, confesémoslo de entrada, se me escapa. Si me permito dirigirle esta carta, sin duda irritante, es más por ser leído por usted que por lo que le voy a contar: no le ofenderé pensando que mi historia le interesa más que a mí. Le estaré, pues, muy agradecido si saca del bolsillo su estilográfica y tacha, a medida que vaya leyendo, todo lo que voy a escribir. Gracias a este simple artificio, al término de la lectura le quedará en la memoria tan poco de este libro como a mí, puesto que, como probablemente ya habrá sospechado, prácticamente ya no tengo memoria. Le imagino dudando, con su estilográfica en la mano, al ver que la frase anterior presenta varios ejes a partir de los cuales puede empezar a tachar; yo dudo como usted. Dejo esta decisión a su libre albedrío. Escribiendo me doy cuenta de que ciertas frases me quedan extrañas, como esta última (dejo esta decisión, etc.) sin duda porque, en los últimos tiempos, he practicado mucho más la lengua que se habla en este lugar que el francés y probablemente volver a un lenguaje normal me es más difícil de lo que creía. Le ruego, pues, que excuse alguno de mis giros. El país se llama República Oriental del Uruguay. Y el Uruguay, siendo naturalmente un río que está al oeste de la República, es un nombre que, en indio, podría traducirse por la República (URU) está en Oriente (GUAY). Aquí tiene la primera cosa rara. La segunda es esta: la ciudad se llama Montevideo y ellos te explican tranquilamente que eso en portugués quiere decir: vi el monte. Sigo escribiendo y doy por supuesto que leyó y tachó esta llamada, lo que no siempre es seguro, ya que hay un tipo de lectores –lejos de mí el censurarlos– que leen al final de la página todas las llamadas a la vez. Estoy seguro que le habrá molestado que emprendiera solo tan largo viaje. Debería, lo sé muy bien, haberle llevado conmigo en lugar de huir como un ladrón. Ya está hecho y aprovecho para confesarle que lo que me asqueaba de usted (y lo que habría hecho insoportable su compañía en este viaje) es su manía de detenerse a cada momento para tomar notas de lo que ve, como en nuestro viaje a Normandía al término de mis estudios. Antes lo toleraba, ahora eso francamente me tocaría los huevos. Tache con rabia. Al entrar en el puerto no dejas de ver el monte que domina la ciudad. Es una convención: el monte no existió nunca. La mierdecita de perro que llevaba conmigo no dejó de gritar junto a los otros turistas: ¡Montevideo! al ver no sé qué naranja que flotaba entre dos aguas igual de aceitosas. Sé que aquí ha tachado con melancolía. Naranja entre dos aguas aceitosas… y se imagina ya el monte y se dice: es como si realmente lo hubiera visto. ¡Ah, cómo sigo el ritmo de su estilográfica cuando tacha mis frases, Querido Maestro! Llora, viejo boludo, no estaré más contigo. No impide que Montevideo sea agradable. Las calles, los espacios verdes, la arena, el mar. No tengo más ganas de escribir. Me desalienta estar tan lejos de usted. Nunca sabré en qué momento leerá estas palabras ni dónde estaré yo entonces. Prométame que hasta ahora lo tachó todo. Hasta mañana y a sus pies. Copi.