Solo el nombre grabado sobre la puerta negra revela la identidad de lo que se encuentra del otro lado de aquel paredón hermético en pleno Villa Crespo. Detrás, una larga pasarela concluye en un galpón industrial. Imponente, abierto, con cocina a la vista y enormes hornos de barro que acaparan la atención, se rodea de un jardín magnético y cuasi selvático, que recibe a quien entra obligándolo a dejar atrás el caos y el ruido de la intensa Ciudad de Buenos Aires.
Chuí, ciudad límite entre Uruguay y Brasil, es el título que toma el proyecto. Un nombre que representa un territorio de umbral, donde se mezclan personalidades y surgen distintas influencias. El espacio es un terreno que se encuentra en el límite entre zonas (Villa Crespo, Chacarita y Colegiales) y que quedó aislado porque antiguamente pasaban por ahí las vías del tren San Martín. Algo de esa atmósfera mestiza es lo que caracteriza el lugar: una mezcla de espacios únicos que conviven para crear un gran todo.
El proyecto surgió a partir de cuatro socios que se unieron casi por casualidad: Ivo Lepes, Nico Kasakoff, Hernán Buccino y Martín Salomone. A pesar de que ninguno había estado antes en un proyecto de restauración (Hernán y Martin venían del universo de los bares, habiendo creado Soria y Festival), bastó con una tarde de diciembre (allá por el 2019) para que se pusieran de acuerdo en crear algo diferente junto al estudio de arquitectos Lerner Raffo.
Bajo la dirección de Vic di Gennaro (ex Proper), la cocina se centra en los fuegos: pizzas al horno de barro y platos para compartir con vegetales en todas formas y colores. Aunque el menú 100% veggie no era la intención inicial, se jugó con la limitación desde un lado creativo buscando que las materias primas de estación fueran las reales protagonistas.
“Parte de la experiencia es ver cómo los cocineros y sus equipos interactúan”, cuenta Ivo Lepes, respecto a la decisión de instalar una cocina a la vista. Funciona casi como un puesto de control de lo que está pasando en las mesas: está viva, activa, reactiva. “Nos interesaba que los cocineros pudieran llevar un plato a la mesa, que existiese esa interacción fluida entre salón y cocina”.
El leitmotiv era que el espacio no fuera decorativo ni de diseño, sino funcional. Todo se pensó para potenciar el lugar y minimizar la intervención, jugando con los materiales ya presentes en el entorno. Al final, aquello que resultó escenográfico tiene en realidad una función, tal como el tanque de agua torre de la entrada (que es realmente el tanque de agua del restaurante) y los muebles de quebracho hechos a partir de la re utilización del material que formaba parte de las vías del tren.
Sin embargo, el premio se lo lleva sin dudas el oasis verde que conforma ⅔ de la superficie del predio (chapeau a la mano del paisajista Nacho Montes de Oca). Un jardín cuya intención era que no fuese delimitado sino que las cosas fueran móviles y que cada uno pudiera encontrar su espacio. “Un jardín es algo vivo que cambia, donde la gente se mezcla”, dice Ivo. “La mesa es más estática, es a donde se lleva a cabo la ceremonia gastronómica. El jardín es la parte social, antes de sentarte y después.”
Bajo la premisa de tener la mejor espera de Buenos Aires, Chuí es sin duda un espacio que transporta a quien lo desee hacia un rincón íntimo fuera de la ciudad. Con una propuesta gastronómica acertada y un espacio misterioso que invita a terracear, es sin duda el nuevo spot para disfrutar de una buena noche de otoño.
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