El fiordo groenlandés de Ilulissat estrena un espacio expositivo sobre el hielo de los glaciares del ártico. Proyectado por el estudio de Dorte Mandrup, desde él podemos observar la belleza de un entorno infinito o el resultado del mal comportamiento que estamos teniendo con el planeta. Un discurso que pretende sensibilizar al espectador acerca de la fragilidad del paisaje y de sus consecuencias para un futuro cada vez más cercano.
Mirar el ártico desde el fiordo de Ilulissat
Un volumen elegante se posa sutilmente sobre unos soportes invisibles, de manera directa sobre la roca. El estudio danés Dorte Mandrup Arkitekter resuelve un edificio que puede permitirse el lujo de responder solo ante sí mismo, sin ningún tejido urbano con el que relacionarse más que con la vista omnipresente del paisaje pedregoso y helado.
El trabajo se realiza dentro de la política de turismo del gobierno de Groenlandia, con el objetivo de crear un punto de reunión local e internacional alrededor del fiordo. Un programa museístico para arrastrar al mayor número de visitantes posible a 250 km del ártico.
La cubierta de Dorte Mandrup Arkitekter
Los arquitectos nos muestran una propuesta basada en dos caminos: uno interior a través del museo y otro exterior por encima de la cubierta. Un túnel, que va cambiando de forma para poder acercar la cara superior de su geometría al terreno, recoge a los peatones en sus extremos longitudinales.
Las áreas de exposición o las salas de audiovisuales se reparten debajo del hueco que deja el enorme techo para organizar todo desde dentro: el trayecto del turista, el funcionamiento administrativo y la panorámica del valle.
La simbiosis entre la arquitectura y el paisaje
La delicadeza del resultado contrasta con la frivolidad del encargo. El equipo danés elaboró una estrategia sencilla y eficaz que no traicionaba su propio lenguaje para ganar un concurso algo insustancial. Una construcción singular debería acompañarse de un uso a la altura de su categoría.
Es fácil percibir las cualidades que ofrecen ciertas decisiones al planteamiento —una estructura de costillas que genera la versatilidad espacial necesaria, o una tipología que facilita el recorrido longitudinal—, pero cuesta entender qué simbiosis puede encontrarse entre el valor ecológico del fiordo de Ilulissat y un empleo museístico con cafetería y guardarropa. La arquitectura no puede separarse de la utilización del suelo para aportar una dimensión real a cualquier proyecto. Una línea que permita diferenciar claramente la elegancia del exceso, el diseño exquisito de la mayor de las frivolidades.