Caio Neiva es un artista proveniente de Olinda, Brasil. Su obra está atravesada por distintas técnicas y elementos que utiliza como la caligrafía, el puntillismo y los dibujos automáticos. Ha trabajado en publicidad, estudió dirección de arte y hace poco tiempo está desarrollándose como tatuador en Buenos Aires.
Una antigua construcción de San Telmo fue el escenario que, con cerveza y el adicional de un concentrado de café brasilero, generó una larga charla que se puede reducir (aunque no tanto) en las siguientes palabras.
Sería bueno empezar conociendo de dónde venís y cómo llegaste a Buenos Aires.
Sentí la necesidad de estudiar afuera de mi ciudad, y conocía Buenos Aires por gente que estudió y vivió acá. Vine a hacer el curso integral de Dirección de Arte en Escuela Haus que duró 8 meses, y luego seguí haciendo cursos de menor duración. Yo nací en Rio de Janeiro, pero pasé toda mi vida en Recife y Olinda. La ciudad tuvo por mucho tiempo una cultura muy rica en el sentido de diversidad y peculiaridad. Antes del internet, no era nada fácil acceder a la información que pasaba afuera. Por un lado era malo porque es muy cerrado, pero del otro lado es bueno por esa particularidad que te aportaba. Toda esa cultura tiene mucho valor cuando uno sale de ahí, porque la creatividad es prácticamente la mezcla de tus vivencias con el contexto. Ahí era uno más, fuera siento que tengo una visión muy peculiar y distinta al resto, y para trabajar en un proyecto artístico está buenísimo.
¿Cómo fueron tus inicios en la publicidad? ¿Por qué decidiste no seguir trabajando en eso?
Con 21 años entré a una primera agencia pequeña, por una pasantía por 6 meses. Aprendí cosas, pero no fue la mejor experiencia. Me fui por que sentí que no estaba aprendiendo nada más, y estaba trabajando para los otros y no para mí. A los 6 meses salió un concurso para entrar en “Grupo Nove” que fue una agencia muy importante de Pernambuco. Trabajé como pasante un año, conocí un montón de gente muy copada, pero nuevamente estaba dentro de una cáscara que no era lo que estaba buscando. En la agencia fue cuando empecé a trabajar mucho con ‘lettering’. Yo pintaba la calle desde los 16 años, hacía mucho muralismo y grafiti. Me metí con las letras porque una amiga quería pintar su cuerpo desnudo. Me comentó su idea, y yo le propuse hacerlo.
¿Se podría decir que así arrancó tu proyecto “Piragrafía”?
Si, ahí empecé a investigar la caligrafía, mi gestualidad caligráfica, a partir de lo más básico. Yo no me considero un calígrafo porque no estudié mucho. No me interesaba escribir palabras ni letras, pero sí hacer tramas y patrones. Fue ahí que empecé un Instagram y le puse “Piragrafía”. Elegí el nombre por el “pirar”, de un pirado. Allá se usa como expresión, no solo para volverse loco sino como una expresión de fascinación. Yo estaba pirando en el proceso de hacerlo, cuando intentaba hacer una palabra nunca la terminaba porque ya estaba haciendo tramas. Me iba para otro lado, me aburría, ¿por qué solo escribir?
Nuevamente sentiste la necesidad de romper con las estructuras de lo que ibas aprendiendo…
Al poco tiempo de hacer caligrafía me aburrí de hacer nombres, y ahí ya fui para las tramas. Pero siempre tuvo que ver con estar encerrado en una cosa e intentar romper de alguna forma. Hacer arte caligráfico no es una gran novedad, pero mi gestualidad sí. Vi que tenía una investigación para hacer, y también me parecía un medio de salir de la publicidad. Como me sentía muy joven, podía salir de las pasantías para poder intentar apostar a lo que me gustaba.
¿Con qué te encontraste en Buenos Aires cuando empezaste a vivir acá, que quizás no te esperabas?
Por mucho tiempo la ciudad me fascinó. Ahora, con el tiempo, estoy viendo aspectos más pesados de la gran ciudad -la impersonalidad, la lejanía de la gente, la frialdad- lo mismo pasa en San Pablo, y pasa en las grandes ciudades. La cosa es crear tu universo, tu entorno y tus relaciones personales, para saber cómo enfrentar la vida y tener en claro lo que uno busca. Creo que el arte me da un norte para intentar siempre mejorar en lo que hago, en conocer gente que me ayude en ese crecimiento, a aflorar la sensibilidad, de poder pensar nuevas cosas.
Hace poco empezaste a trabajar en un estudio de tattoo. ¿Cómo surgió esa posibilidad?
Cuando llegué a Buenos Aires tenía ganas de entrar en un estudio de tattoo como aprendiz. Un montón de gente cuando veía mis dibujos me decían que tenía que tatuar. Me encanta la idea de que la gente quiera tener en su cuerpo algo mío, para mí es un honor muy grande. Creo que surgió una nueva gama de estilos de tattoo en donde ahora los artistas tienen mayor exposición. Antes el tatuador era una herramienta que traccionaba en tu piel para poner lo que quieras en tu cuerpo.
¿Ves en el tatuar una faceta viable para tu crecimiento como artista?
Siempre me encantó el tattoo como una forma de hacer arte, y también es una forma sustentable de hacerlo. Realmente se puede vivir de eso, y es muy difícil decir lo mismo de vender cuadros. Soy un enamorado del arte, pero nunca compro arte porque nunca me sobra plata para hacerlo. Por otro lado, no hace falta ser un enamorado del arte para hacerse un tattoo. Cada vez que aprendo algo nuevo me doy cuenta de lo grande que es su mundo. Por suerte empecé con un estilo presente y no me pierdo mucho en otras cosas. Hay que tener respeto por la profesión y ser muy responsable. Son muchas etapas, muchas variables, y a la vez uno no tiene una estructura fija para seguir. No es una receta de cocina, habláss con 10 tatuadores importantes y hacen de manera distinta las mismas cosas.
¿Se podría decir que hoy tu carrera está centrada en el progreso como tatuador?
Aparte del tattoo, que ocupa el 70% de mi tiempo, también dedico tiempo a mi obra personal. Estoy en un momento donde encontré una puerta para mi investigación. “Piragrafía” se volvió un proyecto experimental. Empecé con cuadernitos, después hice planchas, skates, autos en la calle; siempre repitiendo mucho, para seguir aprendiendo sobre mi gestualidad. Fue una experimentación que se dio de manera natural. No me cerraba en ningún estilo, de una herramienta pasaba para otra, de un pincel chato para un marcador circular, y después a otro tipo de pincel. Además de un proyecto experimental artístico, era un experimento de diseño de superficies, usar la repetición para cubrir superficies.
Empezaste a trabajar en los dibujos automáticos…
Los dibujos automáticos que hago son dibujos de una línea, de pocas líneas, sin boceto previo. Me di cuenta que mi gestualidad en caligrafía estaba tomando parte de mi dibujo, y por medio del automatismo estaban surgiendo cosas nuevas que no conocía. Fui investigando cada vez más y teniendo mayor comodidad con el método. Ahí pare de pensar tanto en el ‘qué iba a hacer’ para que las cosas salgan naturalmente. Empezaba con una trama y luego una curva parecía un cuerpo femenino, y otra curva una planta. Los elementos que estaban impregnados en mí como el cuerpo femenino, la flora, o temas psicodélicos estaban surgiendo naturalmente. Lo simbólico empezó a surgir de manera natural. Es una pelea constante entre crear un orden y destruir una orden. Estudié mucho sobre el orden de los padrones caligráficos para poder manipularlos y dibujar con esas técnicas.
¿Qué otro tipo de inspiración tenés a la hora de trabajar en tu obra?
En los años ’90s, había un tipo en la zona pobre de Olinda, Chico Science, que estaba metido con el maracatu -un ritmo percusivo de ahí-. Ese tipo mezcló cosas de su cultura con elementos provenientes de Nueva York, el trip hop y otros ritmos, cosa que nadie había desarrollado. Junto a su banda, Nação Zumbi, crearon un movimiento cultural completamente nuevo llamado “Mangue Beat”. Mangue es donde viven los cangrejos, hacen la biodiversidad más rica en nutrientes que existe, y hay un montón en Pernambuco. Es como un lodo negro cerca de la orilla del mar, una alusión a la diversidad que tenía la música que hacían. En ese movimiento cultural entraron muchas bandas, y eso cambió la realidad de la ciudad.
Básicamente lo que este artista hizo fue una de las razones por la que vos llegaste a Buenos Aires, el carácter cerrado de la cultura de tu ciudad.
Yo tenía que salir de Olinda para ver otras cosas que ahí no podía. No sé si volveré o no, mejorar mi trabajo es mi prioridad. Si miro para atrás, hoy siento que hay un momento de ruptura en mi obra. No digo que sea bueno o malo, pero creo que toda la investigación personal forma la trayectoria de uno, y es parte del camino que tenía que hacer. Hoy mi obra representa una mezcla de referencias, que si ves una por una están totalmente enlazadas. Perdí el miedo de pensar que la copia es algo malo, y entendí que es importante mezclar mis referencias para que salga algo nuevo de mis manos.
Lo importante es que las mezclas sean agradables…
Mis dibujos automáticos están relacionados a la caligrafía. Tienen mucho que ver con las firmas, porque las cosas de mis viejos están en mi nombre, entonces tengo que firmar muchas cosas por día. Yo soy un producto de todo lo que pasó en mi vida y mis propios intereses.