La Favorita, obras de Jazmín Giordano en Selvanegra Galería.

De brujas y princesas

No es una esquina cualquiera. El transeúnte desprevenido mira confuso ese rincón de la ciudad que parece salido de otro mundo. Si es curioso, se detendrá. Si no lo hace, la apatía lo habrá vencido. Es una esquina de barrio, de comercios típicos de barrio y de repente se asoma allí, iluminada, la princesa Diana ataviada con un traje rojo carmín de esquí. Su corte de pelo rubio y sus ojos celestes, inconfundibles. Alrededor, en los muros que sostienen la gran vidriera, solo se leen consignas feministas (Cuadrilla de Pintoras). A algunos transeúntes quizás no les cause ninguna gracia esta esquina. Hace un año, en este mismo trozo de calle,  tocaban las chicas de Playa Nudista, cuatro muchachas al ritmo del surf punk rock en el marco de la muestra de Fátima Pecci Carou hasta que una vecina amenazó a todos con llamar a la policía. Un año después, la esquina sigue dando que hablar.

Además de Lady Di se hacen presentes en la muestra María Julia Alsogaray bajando de una aerosilla que atraviesa la sala con su tapado de vaya a saber qué indefenso animal y Zulemita Menem echada sobre la nieve, preparada para la foto mientras que de su sonrisa se asoman unos colmillos sospechosos.  También hay picos nevados, lagos purísimos, tigres amenazantes, aves carroñeras, chanchos desangrados, bicicletas para hacer spinning y monitores que reproducen una entusiasta coreografía a lo Technotronic y su famoso “Pump up the Jam”. Los dispositivos son múltiples: objetos, esculturas, collages como dioramas colgantes,  pinturas, empapelados. El título que los reúne pareciera ser la marca de un aceite de mesa o una yerba: “La Favorita”. Suena a un producto a precio amigo, lejos de venderse en una tienda delicatesen o en una galería de arte.

Jazmín Giordano (Buenos Aires, 1984) es la joven hacedora de este universo, donde lo decorativo se mezcla con lo kitsch y lo simbólico para mostrar el lado oscuro, las sombras de “lo femenino” atravesado por un falso poder de emancipación. El primer acercamiento es el impacto, el choque, la sorpresa, quizás el rechazo. Luego todo se va acomodando en la mente, va cobrando sentido a medida que se comprende que en la contradicción es donde se develan algunos sentidos. Las mujeres aquí reproducidas, íconos de una década de despilfarro y obscenidad, se muestran aparentemente sinceras y espontáneas. Nadie cree en esas sonrisas.  El buen gusto y el sentido estético de una clase dominante chocan con los colores estridentes, los tigres seductores y hambrientos, las flores artificiales y la sangre derramada del chancho. Cada parte de esta instalación está en una tensión amigable, fresca, liviana. Como en una publicidad de algún producto pensado para la mujer.

Autogestión del cariño se llamó su anterior muestra en el Centro Cultural Recoleta. Aquella vez la artista jugueteó con el imaginario de la mujer que sueña despierta a la vez que unos pájaros, que en realidad son lavandinas con alas, revolotean sobre su cabeza. Sueña mientras limpia su hogar, hábitat de peligrosa fragilidad, recargado hasta el extremo con flores, puntillas y volados. Las vacas, ovejas y leones descansan entre el mobiliario, y todo se vuelve una gran feria de variedades. Solo quiero que me quieran, Princesa Forever y Sueños son otros de los títulos sugerentes que revelan un poco más de este universo.

Dice ella misma: “El conjunto de obras desarrolladas durante los últimos años gira en torno a un análisis de los estereotipos e imagen simbólica femenina proyectada por diferentes medios de comunicación, entretenimiento y publicidad. Mediante la caracterización y apropiación de imagen publicitaria, abordo en cada serie distintos aspectos de esta problemática jugando con clichés y con la parodia.” Publicidad, cliché, parodia, estereotipo. Se podría confundir con cierto tipo de obra “pop”. De hecho hay un punto de contacto con el discurso y el desarrollo formal de la obra de Marcos López, en particular con Sub-realismo Criollo y Pop Latino, esas imágenes recargadas sobre la cultura popular, el ser latinoamericano y argentino, sus usos y costumbres. Pero aquí las mujeres de Giordano presentan una complejidad que va más allá del humor o de la parodia. Toda la puesta en escena parece un juego, un entretenimiento, pero es mucho más que eso: es la revelación de determinados mecanismos de opresión que se escoden en una falsa idea de bienestar y libertad.

Giordano no solo representa a otras, sino que se expone ella misma porque es consciente de que no deja de ser parte de ese gran colectivo de mujeres que es imposible de homogeneizar. Lo hace a través de pantallas que reproducen lo que sería una clase de gimnasia o un baile paródico y algo tosco, efecto creado por el stop motion. Los videos que la artista ofrece en su página web presentan esta técnica, que sumada al collage, la superposición de  imágenes y una música anacrónica e hipnótica, parecen salidos de una película muda de Georges Meliés. Tanto sus videos como sus instalaciones son algo así como un mundo de fantasía, hecho a mano, recortado, pegado y coloreado en un intento desesperado por esconder lo horrible que guarda en su centro.

Selvanegra es el lugar donde la magia sucede, la galería embrujada que abrió sus puertas a finales de 2017 y que ya lleva su cuarta muestra individual de una artista mujer. Es un espacio único en la escena contemporánea, con una clara posición ideológica que se percibe desde lejos, en las consignas pintadas con aerosol en su fachada, en los recitales en la calle y en sus vidrieras que son como un cachetazo ante tanto transeúnte anestesiado. Definitivamente, no es una esquina cualquiera.

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