Nuestro amigo Joaquín Sánchez Mariño escribió este notable texto sobre Macbeth, el sueño de las brujas, obra de Shakespeare, que actualmente se encuentra en cartelera en el Centro Cultural San Martín.
¿Qué es la moda?, se preguntaba Oscar Wilde. Y respondía: una forma de fealdad tan insoportable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses. Amén: la moda como un monstruo desagradable que durante un tiempo –bajo ese extraño efecto de enamoramiento–, nos hace sentir únicos. Sin embargo, y acá viene lo complejo del asunto, hay modas que vuelven, monstruos que en algún punto de su insoportabilidad se nos vuelven necesarios, quizás, porque nos revelan algo de nuestra propia monstruosidad. Ahí es cuando una moda deja de ser tal para convertirse en lo que todos llamamos, con cierto tedio tonto en el tono, “clásicos”. No quiero citar a Calvino y volverme pedante –ya lo hice–. Diré simplemente que los clásicos suelen ser textos increíbles que solo se resisten –si es que se resisten– por prejuicio, y porque tenemos esa costumbre peculiar de querer estar en la vanguardia. Como sea, los clásicos una y otra vez vuelven y volverán a estar de moda. Efeméride mediante por ejemplo, estamos en tiempos de la resurrección (más preciso y poético sería decir reentronación), de William Shakespeare. Se cumplieron el pasado mes 450 años desde su nacimiento. ¿Qué mejor entonces que recordarlo, reeditar sus obras, leer sus sonetos y nombrarlo cada dos por tres para quedar bien durante un cóctail de ArteBa o en alguna charlita de la Feria del Libro? Esos vicios son inherentes a la cultura, que funciona gracias a los snobs, siguiendo con las citas de Wilde. Pero también están los resultados positivos que se dan de la ecuación moda + clásico + efeméride. Sucede en general cuando alguien ignora las conveniencias de los aniversarios o la posible llegada de una moda. Sucede cuando quien lleva a cabo la acción piensa hacia dentro más que hacia afuera. Sucede, pongámonos concretos de una vez, por ejemplo ahora mismo en la ciudad de Buenos Aires. Hablo del trabajo que realiza hace meses el grupo de trabajo del director Carlos Rivas y la actriz Gabriela Toscano, marido y mujer por caso. Ya duchos en esto de trabajar juntos con Shakespeare (hicieron Hamlet, la metamorfosis, con muy buenas críticas a las que no puedo sumarme porque no la vi, si se me perdona honestidad), ahora con el mismo grupo –aunque extendido–, acaban de estrenar Macbeth, el sueño de las brujas. Luego de un proceso de ensayos dantesco (infierno, purgatorio, paraíso… infierno, purgatorio, paraíso), los actores lograran capturar en los propios cuerpos la energía de la guerra y lanzarse sobre un escenario múltiple que les permite –como en un ajedrez, como en un hormiguero–, moverse con oscuridad y misterio para ir ganando la tensión necesaria de los juegos de poder. No hace falta explicar Macbeth después de ver la puesta. No es un trabajo tanto sobre el argumento sino los temas. Un rey muerto, otro puesto, la sed de poder que se vuelve mandato de sangre y la locura. La ambición, la venganza, la cobardía. ¿Por qué hacemos lo que hacemos con tanta convicción? ¿Por qué deseamos tanto algunas cosas si, como dice la adaptación de Carlos Rivas, “más vale ser la víctima del crimen que el criminal, que disfruta de una pobre alegría llena de preocupaciones”? El mérito de Rivas está en hacer un texto joven de uno viejo. No por viejo no actual, pero sí lejano al menos en primera instancia. La adaptación del director, con momentos musicales y escenas posmodernas que irrumpen para dinamizar el relato, ofrece casi dos horas de teatro en tres dimensiones. Los actores entran por múltiples patas, las voces se confunden en el centro, los actores intercambian roles y el efecto, como una gran matanza sin razón, es el de haber presenciado la peor naturaleza de lo que somos… Y ahí está, tal vez, el porqué de vuelta del monstruo shakespereano.
Capítulo aparte para las actuaciones, todas precisas y pautadas hasta lo coreográfico. Gabriela Toscano, el hombre de la guerra, compone espada en mano un Macbeth atormentado. Su interpretación gana poder conforme la locura va tomando al personaje. Los fantasmas realmente la habitan y se cuelan en sus actos sanguinarios. Genial, como acostumbra. Mientras tanto, la mujer que lo sostiene, la oscura Lady Macbeth va osito en mano durante toda la obra penando su propia maldición, acaso la falta de hijos, acaso su ambición desmedida. Vanesa Gonzalez compone una Lady Macbeth memorable, mujer de hombre poderoso que quiere para sí los placeres y la autoridad, mujer mantenida por los actos heroicos de su marido, a quien posee con su macabra y filosa sexualidad. Mujer que lo planea todo desde el principio, como la protagonista secreta de tantos matrimonios. Brillante interpretación de Gonzalez, que sostiene sobre sí la tensión del conflicto: cuando entra a escena el resto se silencia, su voz, su cuerpo y su mirada lo capturan todo… y su composición pareciera nacer de núcleo duro de la maldad, aquella condición de los que no tienen culpa, o no saben que la tienen…
En fin, sea para estar a la moda o para encontrarse frente a frente con los demonios que nos habitan todos los días, vale la pena (incluso sin ser invitados), acercarse hasta el Cultural San Martín (Sarmiento 1551), para ver Macbeth, el sueño de las brujas. No solo los adultos que vengan a comparar ésta con las tantas muestras que habrán visto, sino y sobre todo, los jóvenes, que pueden entrar por una gran puerta al mundo cercano de un tal William Shakespeare, que por cierto, no sé si sabían, por estos días cumpliría 450 años.
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Teatro: El cultural San Martin (Sarmiento 1551). Sala 3.
Funciones: viernes y sábados 20.30 h.
Día popular: domingo 19.30 h.
Entrada general: 80$. Domingos: $60